viernes, 24 de abril de 2009

“Me limaron las ruedas”

“Los maravillosos años”, serie norteamericana de los años '80 y principios de los ‘90, nos muestra como su protagonista, Kevin Arnold, debe enfrentarse día a día a su adolescencia. Era un chico de clase media cuyas jornadas no terminaban siempre de la manera más feliz. Aquí se encontraba, creo, el punto más fascinante de la serie, en el que nos sentíamos identificados: Kevin sufría al igual que todos, se avergonzaba por cosas similares y sus padres no eran millonarios.

“Los maravillosos años”, revelaba el lado humano del personaje distanciándolo, por ejemplo, de los chicos perfectos de la serie Beverly Hills 90210, que se emitió varios años más tarde.

Por otro lado, llegó un momento en el cual yo -que adolecía en mi propia realidad-, me cansé de ver las pálidas de Kevin (ya tenía bastante con las mías) y dejé de verlo. Entonces podría decir, que en mi caso, el fuerte de la serie terminó siendo la fuente de su fracaso.

El otro día me sorprendí a mi misma pensando en esa serie y en cómo Kevin se avergonzaba del auto chatarra que tenía su padre. La familia de Kevin no era de esas que compraban un auto 0 km cada cinco años, las cosas se conseguían difícilmente y en el caso de ser logradas eran vistas como algo surrealista, glorioso.

Repasé un poco mi infancia y enseguida me sonreí al hallar mi “momento Kevin”.

Yo tenía nueve años e iba al club con mi familia todos los fines de semana. Allí practicaba patín artístico sobre ruedas ya hacía más o menos unos dos años. Con mi profesora de patín insistíamos siempre a mis padres (vanamente) para que se decidiesen a comprar las ruedas requeridas para este deporte. Las ruedas profesionales eran chiquitas y blancas, las había distintas para cada tipo de superficie. Luego, les seguía en calidad y precio las azules y por último, las negras. Las mías eran naranjas. Y de diámetro exagerado.

Mis viejos, demostrando poco tacto, me regalaron unos patines de bota estrafalaria, en colores azul y amarillo (y eso que yo soy de River). Ni por lejos se asemejaban a las hermosas botas de cuero blanco que tanto anhelaba.

Es de conocimiento popular lo sensible que son los chicos a esa tierna edad, cómo se alejan de todas las diferencias (así como lo crueles que pueden ser con ellas), y cómo intentan parecerse lo más posible a la manada.

Bueno, entonces entenderán cómo me sentía yo cuando veía llegar a mis compañeras de patín con sus botas blancas, cubre botas, ruedas híper-profesionales y sus porta-patines, esos bolsitos especiales que las hacían ver divinas con un patín colgando de cada lado del hombro.

Yo llevaba (escondiendo entre las piernas) un bolso viejo, rectangular, escocés, de manijas de cuero roto. Uno de esos bártulos añejísimos que fue hallado por casualidad en algún rincón de la casa. En fin, un verdadero desastre!

Un día no soporté más e increpé a mi padre: "estas ruedas no sirven para nada; yo necesito las blancas, esas chiquitas". Mi papá miró de arriba a abajo mis patines y, aunque convencido de que nada malo hubiese con ellos, se los llevó con la promesa de solucionar mi problema.

A las pocas horas volvió. El brillo en su sonrisa era una exclamación de victoria. Me dijo entre canchero y orgulloso: “Las querías más chicas…acá las tenés más chicas”. Me costó unos segundos comprender lo que había sucedido, pero pasado el shock inicial pude entender: las había limado!!!!

Lo noté tan contento con su trabajo de artesanía que, por piedad, me reprimí las ganas de gritarle: "pero vos sos loco, cómo me vas a limar las ruedas!".

Él estaba segurísimo que si uno patinaba bien, patinaba bien con cualquier cosa: "mirá a Vilas sino... él juega bien con la raqueta de madera, con la de grafito, juega bien con todas!".

Le respondí indignada: "pero papá, en los tiempos de Vilas la madera era lo mejorcito, todos jugaban con madera, porqué no le alcanzás una raqueta hecha de paja y alambre a ver cómo juega, eh, eh?!".

Cuál versión propia de "me cortaron las piernas" (Maradona, 1994) yo exclamaba: "me limaron las ruedas!".

No sólo seguía teniendo las ruedas anaranjadas con ese material que se adhería a la pista, sino que mi vergüenza alcanzó niveles exacerbados cuando tuve que llegar a clase con mi elemento deportivo "recortado" en casa: Kevin un poroto!

Un día, al fin, se rompió mi bota colorinche; con mi profesora nos abrazamos en un salto de alegría.

Era mi oportunidad. Había que conseguir las botas blancas.

Y así fue, me fui con mis padres hasta Carapachay (no sé porqué sólo se vendían ahí) y las compramos. Yo estaba feliz con mis botas nuevas.

Las ruedas no las conseguí nunca. Siguen limadas.


lunes, 20 de abril de 2009

Al "Presi" con cariño...

Murió el ex mandatario Dr. Raúl Alfonsín y rápidamente, el país se hizo alfonsinista.

Partidos opositores y grandes críticos (destructivos) de su gobierno se mostraron, post mortem, amistosos y realizaron comentarios de afecto hacia su persona. Los medios de comunicación masiva, que muchas veces hicieron leña del árbol caído, ahora no hacen más que hablar de su honorabilidad, su poder de liderazgo y oratoria. Basta con decir que no dejan de llamarlo “el padre de la democracia”, llenando de especiales sobre su vida la programación de la TV abierta. Sorprendentemente, hacen hincapié en el contexto histórico-político en el cual tuvo que tomar la decisión de implementar la ley de obediencia debida y punto final, a modo de justificarlo, de sacralizarlo.

Pareciera que uno tiene que estar en “las últimas” para ser reconocido de la forma que se le merece. O a la inversa, que la persona que habita o está en camino a habitar la bien ponderada (por mí) “tierra del nunca jamás”, pasa a ser, sin previo aviso y por consenso social tácito, un poco menos que un santo. Pareciera que con la moral de recordar a las personas en sus virtudes uno tiende a borrar sus errores. Y no lo digo por el caso particular de Raúl Alfonsín, sólo que su ejemplo me sirvió para observar cómo manejan en la política la muerte de un ex Presidente. Y sin querer pecar de naif, así y todo no dejo de asombrarme al ver como todos se “dieron vuelta” (una vez más) sin vergüenza.

La ambición de poder, esa carrera desquiciada hacía no sé dónde, lleva a enlodar la cancha a quién sea necesario sin importar nada. Y los mismos que le provocaron innumerables paros generales y “armaron” los saqueos, son -irónicamente- quienes hoy lo recuerdan como el personaje bisagra, el que nos llevó por el sendero de la democracia.

De alguna manera, marcando a modo grosso un paralelismo, me recuerda a las peleas de boxeo, donde luego de "cagarse a trompadas" durante x cantidad de rounds, los dos contrincantes se aúnan en un abrazo enternecedor, demostrando respeto y profesionalismo. O el gran discurso de Ricardo Balbín al despedir los restos de Juan D.Perón, exclamando: "este viejo adversario despide a un amigo". Vertiginosamente, en los campos de lucha, se puede pasar del amor al odio. Así quizás, pueda entender cómo los medios y la oposición en general logran hacer las pases con una persona que ya no significa una amenaza política.

(Segunda parte: "Al presi con cariño")

Por otro lado, pensar en la muerte del Dr. Alfonsín me llevó, inexorablemente, a pensar en cómo sería tratada política y mediáticamente, la muerte de otro de nuestros últimos presidentes. Me refiero sin más, al gánster que ganó tres veces las elecciones (en la última se bajó en el ballotage). Sí, ese mismo, llamado por muchos: “el innombrable”. Ése, que de tratarse de una saga jedi, en el mundo de "Star Wars", no tardaría en arriesgar que es, ni más ni menos, que el maestro del “lado oscuro”. En fin, sin más preámbulos: el Dr. Carlos Saúl Menem.










Me quedé meditando cuál sería mi reacción ante tal noticia y la respuesta no tardó en ocupar mi mente con carteles de neón: "cuando muera Menem yo voy a brindar con champagne del bueno, sí señores, nada de sutilezas". Sólo espero que no aparezca ningún especial televisivo mencionándolo como el “padre de la estabilidad”, recordando las buenas épocas (buenas para quién) del mentado 1 a 1, y todas esas propagandas que promocionaban el "Menem lo hizo".* Decir que Bernardo Neustadt habita hace un tiempito la "tierra del nunca jamás" porque sino se hubiese encargado él mismo de producir tales documentales con una devoción divina.

Pero yo lo tengo bien claro, cuando muera Menem: fiesta!!

No se me ocurre nada que podría extrañar del riojano, a no ser su carisma, sentido del humor, y por supuesto, su glamour: nuestro ex presi es todo un dandy. Nada relacionado a sus políticas públicas, nada bueno acerca de su mandato. Sólo admirar su grandeza para salir de las situaciones embarazosas en las que su propia “burrada” lo metía: por ejemplo, el haber sido el UNICO ser sobre la tierra en leer las obras completas de Sócrates (¿?), como también la inolvidable fantasía acerca de colocar un cohete intergaláctico en el norte argentino, mientras los lugareños lo miraban sin entender de qué carajo les estaba hablando. En su discurso, uno de los nativos le preguntó: “porqué no mejor construir un puente pa’ cruzar el río”. Too much Carlitos, too much.

Nos dejaste muchas anécdotas. Fueron más las tristezas.

Te queda poco. No se me ocurre cómo reaccionará el mundillo político con tu partida.

Yo... ya estoy comprando el champagne! Salud!





*Ahora se escucha mucho la palabra “inseguridad”, bueno... ¡Menem lo hizo!


viernes, 17 de abril de 2009

Talk Show en la Facultad

Hoy jueves tuve clase de Seminario de Diseño Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales. El práctico lo daba Pompei, un profesor treintañero, que habla raro, se viste “casual” (hoy, por ejemplo, vino con una camisa colorada, jean y morral verde militar -infaltable en Sociales- colgado al hombro), en su discurso suele irse “por las ramas” y no termina de quedar claro qué tan “chapa” está. *

Llegó unos treinta minutos tarde, terminó de fumar su cigarrillo y entró al aula. A pesar de haber paro docente (al igual que ayer y mañana) muchos alumnos lo estábamos esperando, ya que había dejado bien claro en su primera charla que no se adheriría a estos reclamos.

Empezó su presentación hablando sobre un colega que le había mostrado un espacio en Internet donde se hacía referencia a él como un libertino y “drogón”. Esto me causó muchísima gracia hasta que comencé a advertir que sus gestos nerviosos no eran del todo normales. Sentado detrás de una mesa, que hace de escritorio en la UBA, su pierna izquierda se movía irritantemente, al tiempo que su cara hacía unos gestos descuajados a lo Jim Carrey en la película La Máscara.

De golpe, sin entender mucho a qué venía, comenzó a vociferar: “porque yo también tengo una familia: tengo una madre, una abuela, un gato; y estuve leyendo que dicen por ahí que organizo orgías en Palermo”. (¡¿?!) Y enseguida aclaró indignado: “en todo caso las organizaría en el barrio de Congreso que es por dónde vivo”. Parecía que al pícaro divulgador no le había alcanzado con hacer de nuestro profesor una caricatura del Marqués de Sade, sino que, además, lo quiso transformar en un Bob Marley cualquiera: “también dicen que fumo marihuana, ¡que voy a fumar yo esa droga de hippie sucio y que encima es fea, horrenda!”. Creo que en toda el aula se podían escuchar unos grillos haciendo al unísono: “cri-cri, cri-cri, cri-cri”.

Abruptamente más tranquilo, como si le hubiesen inyectado una dosis múltiple de Rivotril, nos explica: “se los cuento yo antes de que lo terminen leyendo por ahí. Si hay algo que no tolero es la falta de respeto”. Era como estar contemplando a un niño enojado e inseguro al que había que tratar de sacar de su paranoia y sus pensamientos circulares.

En fin, pasaríamos con él todo un cuatrimestre así que más valía que nos fuéramos acostumbrando.

Después de todo este interludio, el auditorio no hacía más que mirarse a los ojos a ver si coincidía en un guiño cómplice al pensar: “¡por Dios, qué loco está este tipo!”. Habíamos entrado a la clase creyendo que nos íbamos a encontrar con temáticas filosóficas y sin embargo, nos topamos con un “personaje” que no hacía más que ponernos al tanto de algo que todos desconocíamos, que no nos interesaba, pero que, a mi ver, concluyó siendo mucho más divertido que escuchar acerca de Kant.

Luego, nuestro hallazgo “Jim Carriano”, hizo un repaso estadístico que nadie supo bien a qué venía (como cada frase que salía de su boca): “sabían que en Argentina murieron más personas por accidentes automovilísticos en un año que gente en la guerra de Irak”. Y sin poder olvidar que fue preso de una calumnia estudiantil acotó: “ya veo que ahora aparece un titular diciendo: Pompei está a favor de la guerra”.

Entonces, comenzó a hablar de cierta "hostilidad expectante" por parte del alumnado. No se le entendió muy bien esa parte, pero creo que hablaba de una mala vibra, de todo lo que nosotros esperábamos de él y de cómo el sentía que se tenía que hacer cargo de esas exigencias. Se le transformó la cara, se puso agresivo y enseguida increpó: “¡sepan que no soy su esclava, ni la puta que armaron en Internet!”.

Yo pensaba: “¡¿WHAT?!”. Me reía internamente porque el espectáculo que tenía frente a mí no tenía desperdicio: el hombre estaba loco.

Pronto, retomó el hilo de la charla (a decir verdad, jamás existió tal hilo conductor) y comentó que alguien dijo alguna vez que el pueblo no sólo tiene el gobernante que se merece, sino también el que se le parece. De lo que dedujo que Menem sería algo así como un hijo prodigo que brotó de nuestras entrañas. Si bien la ironía logró hacerme sonreír, no podía dejar de escuchar unos “cri-cri, cri-cri” de fondo que hacían de la acústica, ya maltrecha por los ruidos que penetraban al aula desde los transitados pasillos del edificio, algo imposible.

Pompei continuó “saltando” de tema en tema con una agilidad suprema. Entonces comenzó a explicar porqué no se adhería a los paros: “cortar la calle Ramos Mejía no tiene ningún sentido: si no pasa ni un puto auto! A lo sumo podrá pasar una ambulancia y no quedaría otra que hacerle lugar”. Se ve que en su ejercicio de “asociación libre” esa idea lo llevó a ésta otra: “esto deja claro qué es un problema para la sociedad y qué no: el conflicto del campo es un problema; en Agüero y Santa Fe, salen mujeres que nunca le vieron la teta a una vaca a tocar la cacerola, mientras el paro en la facultad no logró ni un comentario lacrimógeno de María Laura Santillán”.

Todo este trayecto de su discurso me resultó interesante por que coincidía totalmente. Lástima que al rato volvió (o se fue, quién sabe) a mirar la nada, a hacer un silencio largo y empezó a hablar de lo mutable de la vida, de lo cíclico y lo lineal (en fin, no recuerdo bien, en esa parte me perdí) y, de pronto, puso una de sus caras “marca Jim Carrey”: subió las cejas, armó una sonrisa “guasónica”, y con un tono que me sacó del letargo, exclamó: “¡yo quiero que vuelva el Che Guevara!”. Súbitamente, escuché unos “CRI CRI” que me dejaron sorda. El profesor continuaba en su delirio: “¿se imaginan si el Che Guevara entrara ahora por esa puerta? ¿Qué pasaría, eh? ¿Qué pasaría?” Y él solito nos contó qué pasaría en tal caso sumamente improbable: “Primero: nos cagaríamos hasta las patas; y segundo: entraría a los palazos a hacernos levantar de nuestras sillas”. Sin palabras.

Una compañera comenzó a impacientarse, miraba su reloj, se movía de un lado a otro en su silla, daba la sensación de estar observando los momentos culminantes en que una olla a presión comienza a silbar. En algún punto yo la comprendía: la materia es compleja y pasados los cuarenta y cinco minutos de clase el ¿profesor? no había comenzado a dar ni un solo contenido del programa obligatorio.

La veía desesperarse, hacer gestos, exclamar algunas onomatopeyas: “puff”, “grr”; hasta que finalmente no se aguantó y levantó la mano. Pompei la miró y le dijo: “ahora no, cuando yo termine de hablar”. A lo que ella contestó con un “UFFF”, mucho más audible que todos los grillos juntos que me estaban haciendo ruido en la cabeza. El profesor con mirada intensa frenó su relato y entró a patotearla: “bueno, dale, habla, qué querías decir”. Ella no hablaba, lo que hablaba era su desesperación: “nada, que estás haciendo un monologo hace cuarenta y cinco minutos y estaría bueno que tengas más relación con los alumnos, que haya un feedback”.

Él se puso en “tipo duro” y le contestó que la clase la dá él, como a él le parece, que ella no le podía decir cómo él tenía que dar la clase, que la orden de la oratoria la tenía él y que ella debía esperar a que él terminase de hablar para hacer su descargo, bla, bla, bla. En fin, comenzó un talk show donde se debatían “quién la tenía más grande”.

Sobre el final, él le pidió que se cambiase de comisión, a lo que ella respondió con un seco y rotundo: “NO”. Pompei, persona cuya obsesión por el “qué dirán” había sido categóricamente demostrada, se encontró en una encrucijada: todo su alumnado estaba atento (no le había quedado otra) a la discusión, por lo que en su lucha por demostrar cuan “pijudo” es, concluyó: “chicos, acá se terminó la clase”. Y se puso a mirar el horizonte.

“¡Mierda!” Pensé yo. “¡Me vine al pedo!”. Ni hablar las puteadas silenciosas que habrían realizado los chicos que se vinieron hasta el barrio de Caballito desde Tigre, Lomas de Zamora o cualquier otro punto geográfico del Gran Buenos Aires. Yo, mal que mal, estaba a un subte y un colectivo de casa, en un barrio vecino. Igual por solidaridad a mis compañeros pronuncié: “Amén”.

El profesor despotricó toda la clase acerca de cómo le habían afectado unos comentarios calumniadores acerca de su persona, por lo que dudé varias veces en hacer mi humilde mini crónica. No sabía cómo se la podría llegar a tomar en caso de que, en algún momento, algún colega le hiciera el “favor” de hacérsela llegar. Supongo que mal. Aunque, bien podría aceptarla como un elogio: al fin y al cabo, el profe tiene que admitir que su clase es digna de ser publicada ;)




*A modo de ejemplificar mejor: Si alguien vio, alguna vez, el programa de TV Televisión Registrada, entenderá si digo que: Prince + Cantinflas + Jim Carrey = Pompei.

martes, 14 de abril de 2009

Día accidentado

Era la tarde del miércoles y me fui para la facultad con más ganas que de costumbre ya que me “tocaba” la clase del Seminario de Informática y Sociedad. (La materia me encanta, y me gusta muchísimo más porque el práctico lo da el capo de Gustavo Varela).

En fin, el día era azul y estaba todo dispuesto para arribar unos 10 minutos tarde a la clase en la sede de la calle Ramos Mejía. Como me queda trasmano, la manera más fácil y rápida de viajar es haciendo colectivo y subte, logrando unos treinta minutos de viaje en total.

El colectivo se hizo presente en tiempo récord logrando la configuración de una mueca casi imperceptible en mi rostro, en realidad, era una gran sonrisa mental. Viajaba con mi sonrisa mental mirando por la ventana del colectivo. Mi gesto se hizo aún más grande al ver que el colectivo poseía varios asientos vacíos para elegir.

Al llegar al final del recorrido en la Avenida Federico Lacroze y Corrientes me dirigí a paso fulminante hacía la boca de subte. Bajé unos escalones, levanté la vista y el subte se encontraba cerrado. Traté de entrar por la salida que hay dentro de la terminal de trenes, pero noté que no era la única. Una avalancha de personas se apilaba encima del pobre hombre que con una paciencia infinita respondía a todos por igual: “el subte se encuentra cerrado por tiempo indefinido ya que hay una mujer que se descompuso en la estación Angel Gallardo”. “Estación donde me debería de bajar yo!” pensé. Lo de la mujer descompuesta es un eufemismo arduamente utilizado para decir que, en realidad, se “tiró” alguien en las vías del subte y que por esa razón mantienen todo detenido hasta la aparición de una ambulancia. Genera menos horror decir y pensar en una descompostura que en un suicidio.

Obviamente ya no llegaba a mi esperada clase y mi proyección del día ya no parecía ser tan feliz. Fue entonces cuando recordé que alguien me había comentado en otra ocasión que el profesor Varela daba el mismo práctico a continuación del mío, entonces mi sonrisa mental volvió a resplandecer. Llegaría igual para la segunda clase, no podía faltar (ya había desperdiciado la anterior por ver como perdía el seleccionado argentino de fútbol 6 a 1 frente a Bolivia).

Me amontoné junto al aglomerado de personas que, como yo, optaron por el colectivo. El 168 venía abarrotado de gente y si bien conseguí el último asiento vacante, el chofer tardó unos veinte minutos más en terminar de cargar a tope el bondi. Por alguna razón, mi mala suerte no era completa, ya que en ambas ocasiones conseguí dónde apoyar el traste.

Cuando, finalmente, me estaba relajando para seguir unos treinta minutos dentro de ese sauna hecho transporte público, se escucharon unos golpes fuertes unidos a una ola de gritos en la parte trasera del vehículo. Me dí vuelta y los vidrios de las ventanas volaban por todos lados. Tres chicos veinteañeros estaban “cagando a cascotazos” los cristales del ómnibus, mientras las personas gritaban y se movían todo lo que la masa humana les permitía hacerlo.

Yo no lo podía creer, alguna energía negativa estaba conspirando contra mí en ese día. El chofer preguntó si había lesionados, a lo que una señora vociferó que sí. Yo, indolente total, me dije a mi misma “mierda, ahora si que no arrancamos”. Indagué quién se había lastimado y la misma voz que le respondió al chofer me responde: “nadie, nada grave”. Yo seguía pensando porqué mierda se puso en amarillista agitadora, si no pasaba nada, y hubiésemos seguido lo más bien rumbo a nuestro destino.

Lo loco es que los tres individuos en cuestión, luego de lanzar impunemente los cascotes hacía las ventanas, no salieron corriendo, sino que se quedaron contemplando con una sonrisa vivaracha cómo los cristales se rompían y las personas se escandalizaban. Luego del cuarto lanzamiento se fueron tranquilos, caminando por la Av. Federico Lacroze.

Por fin, el chofer, que se había ido a “dar una vuelta”, volvió y nos llevó a todos a hacer la ruta del 168 con las ventanas rotas.

A esta altura, lo único que me importaba era que el rumor acerca del dictado de Varela en una comisión en continuado fuese verdadero.

En un momento el bondi casi choca. Un frenazo abrupto nos salvó de la desgracia. De todas formas, existieron muchas caídas dentro del micro y los vidrios que colgaban como estalactitas de la ventana terminaron por despeñarse encima de las personas que iban sentadas. Más allá de nuestro asombro, los gritos y las sacudidas, seguíamos andando. Merece distinción la exclamación desesperada en tono agudo de una mujer colgada del pasamano: “¡¿Algo más nos puede pasar?!”.

Finalmente, el 168 llegó a mi parada y bajé sosegada de ese suplicio. Me dirigí directo a la puerta del aula y esperé a que finalice la que debió haber sido MI clase. Al salir los alumnos, me precipité a entrar en busca de respuestas. Unos pocos estudiantes le estaban haciendo unas interrogaciones después de hora al profesor, mientras yo esperaba impaciente. Pasados unos minutos, el educador posó su atención sobre mí y pude, al fin, preguntar: “Profesor ¿Ud. tiene otra comisión ahora, no?”.
Me responde muy colgadamente: “Sí. ¿Sabés en qué aula es?”.
Sin dejar de sorprenderme: “No, ni idea. Pensé que ud. iba a saber”.
Mientras nos íbamos a fijar el número de aula a las planillas le comenté acerca de los percances que tuve para llegar a clase. Al Prof. Varela se le dió por preguntar: “¿Hoy es miércoles?”.
Yo pensaba: “¡no puede ser, es más colgado que yo!”. Le digo: “Sí, hoy es miércoles. ¿Por?”.
Su devolución fue fatal: “No… por lo que me contabas de las piedras, por ahí, digo, como los miércoles hay partido…”.

Llegué al aula, me senté y mi sonrisa mental se agigantó entre alivio y estrés.

La clase fue fenomenal como siempre. Varela contaba cómo post la caída del muro de Berlín ganó la pulseada el sistema capitalista cooptando la rebeldía setentista a su maquinaria marketinera, vaciando de sentido su aspecto conflictivo. Él decía al respecto: “Se quedaron con todo, se quedaron con el sistema y se quedaron con el circo. Ahora vas a comprar pañales para tu bebé y de fondo escuchas Satisfaction. Te vas a comprar unos jean Levi’s y vienen con flores hippies, con la psicodelia, con todo el circo”.

Un grande, lástima que los mismos gags había utilizado en una clase anterior, en Mi verdadera comisión. Me reí de todos modos por segunda vez, pero me pregunté si esa manera que yo pensaba era espontánea y brillante, en realidad, no era más que un sketch ensayado hasta el hartazgo a fuerza de horas-clase.

De cualquier forma, ya no importaba. Mi sonrisa alicaída se mostró resistente a cualquier percance. El sistema lo había copado todo y, en su peor cara tercermundista, se había manifestado hoy, frente a mí, con toda su pobreza. A pesar de ello, yo me sentí feliz de poder, en un ínfimo acto de rebeldía, volver a casa cantando Satisfaction :)

lunes, 13 de abril de 2009

Crónica de una noche “Teté”

Ayer fue una de esas noches que se recuerdan con la mentada frase giordanesca: “¡Qué noche Teté!”. Y sí, imposible que uno no haya experimentado una de esas fiestas que ameritan ése rotulo en el recuerdo.

Era sábado por la noche y me encontraba inmersa en el tan visitado Trumanbar, cuando después de degustar tres vasos (trago largo) con champagne y Speed, comencé a sentirme con una alegría singular, un poco debido al champagne incorporado, y otro poco, debido a mi falta de estado alcohólico. Luego de los tres vasos burbujeantes llevé mi alegría arrastras hacía otro bar espirituoso –Sonoman-, donde se hallaban unos amigos que conocí en mi inolvidable viaje a Mendoza.

Ahí mismo, en medio de una maraña humana, bajo una luna radiante, encontré a mis futuros compañeros de aventuras: Marce y Juan; que por cierto, bailaban al tun-tun de la música muy enérgicamente. Hacía calor y la marea de sudor terrícola se agolpaba contra el fondo, en la pista al aire libre (¿?), en el mini parquecito de Sonoman.

Saludé y enseguida me ofrecieron vodka con Speed (no sé porqué fuerza misteriosa, ahora todo viene con Speed); hacía calor y algo refrescante era como encontrar un oasis en medio del desierto, por lo que acepté la invitación. Aparte no podía dejar que la alegría conseguida por los tres champanes se desbaratara tan fácilmente.

Seguí bailando con los chicos al son de la genial música que se sonoriza en Sonoman hasta que, inesperadamente, una figura femenina irrumpió en nuestro adorable trío platónico. Era bella y poseía una mirada atrevida y punzante, llevaba consigo un trago GIGANTE de whiskey. Con una sonrisa entre picara y dulce me saluda mientras me convida de su whiskey con sorbete. Había algo en esa noche que no me permitía decir que “no”, por lo que una vez más, acepté el trago de buena gana. Vamos contando y las bebidas espirituosas en sangre iban aumentando y, con una exactitud matemática, iba aumentando proporcionalmente mi alegría, haciéndola sumamente evidente*. Así la conocí a Solcito, tigresa rampante, musa del amor y la locura linda, un Dioniso en su versión femenina.

Nos pusimos a bailar los cuatro mientras yo hacía las nuevas migas con Solcito haciéndonos paso a los codazos. De repente, veo a mi flamante amiga acercarse peligrosamente a Juan, los veo darse unos besos y enseguida pensé “ah, ellos vinieron juntos”. Pregunto de dónde se conocían y me respondieron que de las clases de italiano, pero que ella sabía hablar mejor debido a su viaje de un año por Roma, Londres y no recuerdo qué otra ciudad del Viejo Continente.

Seguidamente, casi al finalizar su introducción idiomática, veo a Solcito inmiscuirse entre un grupo de chicos, todos ellos hombres, que bailaban cercano a nosotros. Veo histeriqueos, toqueteos, cambio de números celulares y no entiendo nada de nada. Juan, para mi mayor entendimiento, me cuenta que su relación esta pautada así, “ella se puede ir con quién quiera, mi amor esta con otra chica”.

El “temita” fue cuando a Solcito se le dió por seducir a todos los chicos de las inmediaciones Sonoman. Nos divertía mucho ver como ella se divertía “rebotando” de aquí para allá por el boliche. Como estaba ebria, cada tanto había que rescatarla de algún que otro bribón; en realidad, si Solcito hubiese sido “novia”, Juancito hubiese tenido un laburo full time.

Solcito tiene la cualidad de hacer temblar a la platea masculina, de llamar su atención de miles de maneras, todas muy “a lo Solcito” (léase: sonrisitas, intercambio de bebidas, caricias sutiles y baile sensual). Pero sus planes eran mucho más ambiciosos que dejar un halo de calentura en la masa varonil: Solcito me quería levantar a mi!!

Al principio, le pedía a Juan que me diera algún tipo de señal: “che, tu amiga es divina, porque no le das un beso”. Pero, pasado un par de tragos más, nuestra musa aventurera no se aguantó y se lanzó sobre mí, logrando mi primera experiencia lésbica. Si bien el efecto del alcohol es afrodisiaco, esa era una noche feliz y no sé porqué treta del destino yo seguía sin poder decir que “no”. Esto no va a modo de excusa, en absoluto, el beso con Solcito fue muy lindo.

Por x motivo (bueno, el motivo no es tan “x”, dos chicas juntas disparan muchas fantasías) nos revelamos como la nueva sensación de Sonoman y los chicos- previamente calentados por Solcito- no dejaban de deleitarse con el plato de postre que nuestra diosa del amor les tenía preparado.

Estábamos todos sorprendidos (todos menos "ella" of course), aunque la llevamos bastante bien, era una noche open mind, donde nos sabíamos conservadores pero nos gustaba jugar a modernos. Obvio que las potencialidades de la noche subieron, era cuestión de darnos un besito con Juan (como Solcito quería) para que las experiencias nuevas en una noche subieran en número.

Seguimos bailando hasta las 7 am, cuando el bar cerró. La pasamos bien, nos divertimos. Los chicos de los alrededores del parquecito musicalizado también la pasaron bien, nos regalaron tragos, nos agradecieron.

Sol y Juan terminaron a los besos. Marce lamentó no habersele declarado a la interesante chica peli corto y vestidito cool que todos acordamos era para él. Nuestras miradas cómplices se encontraban y en una mezcla de sudor y baile nos sentimos vivos.

No hay fotos, una picardía. Bailar hasta la mañana siempre amerita una foto, no para postearlas en algún lado, claro está, no se justifica; sólo para nuestro recuerdo póstumo cuando la cadera de titanio ya no nos permita rockear ;)




*Aclaración: no me refiero a la “Alegría” del Circo de Soleil, que con tan sólo mirar el precio de la entrada lo primero que te roba es la “alegría”. Sino a esa alegría boba que no sabe de formalidades y cuya más alta cualidad es hacerte reír sin razón y balbucear boludeces por un período de tiempo indefinido.