viernes, 24 de abril de 2009

“Me limaron las ruedas”

“Los maravillosos años”, serie norteamericana de los años '80 y principios de los ‘90, nos muestra como su protagonista, Kevin Arnold, debe enfrentarse día a día a su adolescencia. Era un chico de clase media cuyas jornadas no terminaban siempre de la manera más feliz. Aquí se encontraba, creo, el punto más fascinante de la serie, en el que nos sentíamos identificados: Kevin sufría al igual que todos, se avergonzaba por cosas similares y sus padres no eran millonarios.

“Los maravillosos años”, revelaba el lado humano del personaje distanciándolo, por ejemplo, de los chicos perfectos de la serie Beverly Hills 90210, que se emitió varios años más tarde.

Por otro lado, llegó un momento en el cual yo -que adolecía en mi propia realidad-, me cansé de ver las pálidas de Kevin (ya tenía bastante con las mías) y dejé de verlo. Entonces podría decir, que en mi caso, el fuerte de la serie terminó siendo la fuente de su fracaso.

El otro día me sorprendí a mi misma pensando en esa serie y en cómo Kevin se avergonzaba del auto chatarra que tenía su padre. La familia de Kevin no era de esas que compraban un auto 0 km cada cinco años, las cosas se conseguían difícilmente y en el caso de ser logradas eran vistas como algo surrealista, glorioso.

Repasé un poco mi infancia y enseguida me sonreí al hallar mi “momento Kevin”.

Yo tenía nueve años e iba al club con mi familia todos los fines de semana. Allí practicaba patín artístico sobre ruedas ya hacía más o menos unos dos años. Con mi profesora de patín insistíamos siempre a mis padres (vanamente) para que se decidiesen a comprar las ruedas requeridas para este deporte. Las ruedas profesionales eran chiquitas y blancas, las había distintas para cada tipo de superficie. Luego, les seguía en calidad y precio las azules y por último, las negras. Las mías eran naranjas. Y de diámetro exagerado.

Mis viejos, demostrando poco tacto, me regalaron unos patines de bota estrafalaria, en colores azul y amarillo (y eso que yo soy de River). Ni por lejos se asemejaban a las hermosas botas de cuero blanco que tanto anhelaba.

Es de conocimiento popular lo sensible que son los chicos a esa tierna edad, cómo se alejan de todas las diferencias (así como lo crueles que pueden ser con ellas), y cómo intentan parecerse lo más posible a la manada.

Bueno, entonces entenderán cómo me sentía yo cuando veía llegar a mis compañeras de patín con sus botas blancas, cubre botas, ruedas híper-profesionales y sus porta-patines, esos bolsitos especiales que las hacían ver divinas con un patín colgando de cada lado del hombro.

Yo llevaba (escondiendo entre las piernas) un bolso viejo, rectangular, escocés, de manijas de cuero roto. Uno de esos bártulos añejísimos que fue hallado por casualidad en algún rincón de la casa. En fin, un verdadero desastre!

Un día no soporté más e increpé a mi padre: "estas ruedas no sirven para nada; yo necesito las blancas, esas chiquitas". Mi papá miró de arriba a abajo mis patines y, aunque convencido de que nada malo hubiese con ellos, se los llevó con la promesa de solucionar mi problema.

A las pocas horas volvió. El brillo en su sonrisa era una exclamación de victoria. Me dijo entre canchero y orgulloso: “Las querías más chicas…acá las tenés más chicas”. Me costó unos segundos comprender lo que había sucedido, pero pasado el shock inicial pude entender: las había limado!!!!

Lo noté tan contento con su trabajo de artesanía que, por piedad, me reprimí las ganas de gritarle: "pero vos sos loco, cómo me vas a limar las ruedas!".

Él estaba segurísimo que si uno patinaba bien, patinaba bien con cualquier cosa: "mirá a Vilas sino... él juega bien con la raqueta de madera, con la de grafito, juega bien con todas!".

Le respondí indignada: "pero papá, en los tiempos de Vilas la madera era lo mejorcito, todos jugaban con madera, porqué no le alcanzás una raqueta hecha de paja y alambre a ver cómo juega, eh, eh?!".

Cuál versión propia de "me cortaron las piernas" (Maradona, 1994) yo exclamaba: "me limaron las ruedas!".

No sólo seguía teniendo las ruedas anaranjadas con ese material que se adhería a la pista, sino que mi vergüenza alcanzó niveles exacerbados cuando tuve que llegar a clase con mi elemento deportivo "recortado" en casa: Kevin un poroto!

Un día, al fin, se rompió mi bota colorinche; con mi profesora nos abrazamos en un salto de alegría.

Era mi oportunidad. Había que conseguir las botas blancas.

Y así fue, me fui con mis padres hasta Carapachay (no sé porqué sólo se vendían ahí) y las compramos. Yo estaba feliz con mis botas nuevas.

Las ruedas no las conseguí nunca. Siguen limadas.


9 comentarios:

  1. Y cuanto tiempo pasó entre que conseguiste las amadas botas blancas hasta que dejaste para siempre el patinaje artístico?

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  2. Sole brillante!! solo tendrías que poner una foto de tu papa mirando los patines para que quede perfecto! besos
    Marcos

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  3. jajajaja, qué buena pregunta Axel!!
    Las ruedas pequeñas y las botas nuevas me dieron un nuevo impulso para continuar con el deporte unos dos añitos más, demostrando una gran capacidad de aguante y perseverancia para mi corta edad. Después empecé tenis.
    Beso!

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  4. Gracias Marcos!! La foto de mi papá te la debo, aunque los dos sabemos que tenés toda,toda,toda la razón! ;)

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  5. Ayyyy por suerte llego ese momento de las botas blancas, voy a entender a los padres en su "hacer lo que pueden" solo cuando pueda serlo..
    Besote!!
    Lau.

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  6. Me limaron las ruedas!!!!! queda para la historia esa frase! Los padres son los responsables de nuestras verguenzas más vergonzosas y de todos lops traumas actuales.... cuando iba a l jardín le decían a los padres que nos borden nuestro nombre en el delantal del lado derecho.... a mi me lo bordaron del izquierdo. Un día nos enseñaban cuál era la derecha y cuál era la izquierda y el parámetro era el bordado de nuestro guardapolvo.... es el día de hoy que me piden que doble a la izquierda y doblo a la derecha....

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  7. Lau: entender a los padres siempre es complicado, y algunas veces mucho más!!

    La de Mameluco: jajaja, cómo me hiciste reír con tu anécdota!! Y sí, nuestros padres son los responsables de nuestras vergüenzas más vergonzosas!! :(
    Saludos!

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  8. Muy, muy bueno.
    Al menos le pusiste voluntad.
    Yo le pedí a mi mamá que quería aprender a tocar la guitarra y me dijo "ahí tenés una guitarra que hace falta encolar, andá a averiguar cuánto sale el arreglo". Yo tendría unos 8 ó 9 años y poca iniciativa, así que ahí quedó todo.

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  9. Vale!!! jajaja, sí, le puse una garra terrible!! Mucho aguante para mi corta edad!

    Igual la voluntad me quedó un poco limada, como las ruedas :(

    Besote y gracias por pasar!!!

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