martes, 14 de abril de 2009

Día accidentado

Era la tarde del miércoles y me fui para la facultad con más ganas que de costumbre ya que me “tocaba” la clase del Seminario de Informática y Sociedad. (La materia me encanta, y me gusta muchísimo más porque el práctico lo da el capo de Gustavo Varela).

En fin, el día era azul y estaba todo dispuesto para arribar unos 10 minutos tarde a la clase en la sede de la calle Ramos Mejía. Como me queda trasmano, la manera más fácil y rápida de viajar es haciendo colectivo y subte, logrando unos treinta minutos de viaje en total.

El colectivo se hizo presente en tiempo récord logrando la configuración de una mueca casi imperceptible en mi rostro, en realidad, era una gran sonrisa mental. Viajaba con mi sonrisa mental mirando por la ventana del colectivo. Mi gesto se hizo aún más grande al ver que el colectivo poseía varios asientos vacíos para elegir.

Al llegar al final del recorrido en la Avenida Federico Lacroze y Corrientes me dirigí a paso fulminante hacía la boca de subte. Bajé unos escalones, levanté la vista y el subte se encontraba cerrado. Traté de entrar por la salida que hay dentro de la terminal de trenes, pero noté que no era la única. Una avalancha de personas se apilaba encima del pobre hombre que con una paciencia infinita respondía a todos por igual: “el subte se encuentra cerrado por tiempo indefinido ya que hay una mujer que se descompuso en la estación Angel Gallardo”. “Estación donde me debería de bajar yo!” pensé. Lo de la mujer descompuesta es un eufemismo arduamente utilizado para decir que, en realidad, se “tiró” alguien en las vías del subte y que por esa razón mantienen todo detenido hasta la aparición de una ambulancia. Genera menos horror decir y pensar en una descompostura que en un suicidio.

Obviamente ya no llegaba a mi esperada clase y mi proyección del día ya no parecía ser tan feliz. Fue entonces cuando recordé que alguien me había comentado en otra ocasión que el profesor Varela daba el mismo práctico a continuación del mío, entonces mi sonrisa mental volvió a resplandecer. Llegaría igual para la segunda clase, no podía faltar (ya había desperdiciado la anterior por ver como perdía el seleccionado argentino de fútbol 6 a 1 frente a Bolivia).

Me amontoné junto al aglomerado de personas que, como yo, optaron por el colectivo. El 168 venía abarrotado de gente y si bien conseguí el último asiento vacante, el chofer tardó unos veinte minutos más en terminar de cargar a tope el bondi. Por alguna razón, mi mala suerte no era completa, ya que en ambas ocasiones conseguí dónde apoyar el traste.

Cuando, finalmente, me estaba relajando para seguir unos treinta minutos dentro de ese sauna hecho transporte público, se escucharon unos golpes fuertes unidos a una ola de gritos en la parte trasera del vehículo. Me dí vuelta y los vidrios de las ventanas volaban por todos lados. Tres chicos veinteañeros estaban “cagando a cascotazos” los cristales del ómnibus, mientras las personas gritaban y se movían todo lo que la masa humana les permitía hacerlo.

Yo no lo podía creer, alguna energía negativa estaba conspirando contra mí en ese día. El chofer preguntó si había lesionados, a lo que una señora vociferó que sí. Yo, indolente total, me dije a mi misma “mierda, ahora si que no arrancamos”. Indagué quién se había lastimado y la misma voz que le respondió al chofer me responde: “nadie, nada grave”. Yo seguía pensando porqué mierda se puso en amarillista agitadora, si no pasaba nada, y hubiésemos seguido lo más bien rumbo a nuestro destino.

Lo loco es que los tres individuos en cuestión, luego de lanzar impunemente los cascotes hacía las ventanas, no salieron corriendo, sino que se quedaron contemplando con una sonrisa vivaracha cómo los cristales se rompían y las personas se escandalizaban. Luego del cuarto lanzamiento se fueron tranquilos, caminando por la Av. Federico Lacroze.

Por fin, el chofer, que se había ido a “dar una vuelta”, volvió y nos llevó a todos a hacer la ruta del 168 con las ventanas rotas.

A esta altura, lo único que me importaba era que el rumor acerca del dictado de Varela en una comisión en continuado fuese verdadero.

En un momento el bondi casi choca. Un frenazo abrupto nos salvó de la desgracia. De todas formas, existieron muchas caídas dentro del micro y los vidrios que colgaban como estalactitas de la ventana terminaron por despeñarse encima de las personas que iban sentadas. Más allá de nuestro asombro, los gritos y las sacudidas, seguíamos andando. Merece distinción la exclamación desesperada en tono agudo de una mujer colgada del pasamano: “¡¿Algo más nos puede pasar?!”.

Finalmente, el 168 llegó a mi parada y bajé sosegada de ese suplicio. Me dirigí directo a la puerta del aula y esperé a que finalice la que debió haber sido MI clase. Al salir los alumnos, me precipité a entrar en busca de respuestas. Unos pocos estudiantes le estaban haciendo unas interrogaciones después de hora al profesor, mientras yo esperaba impaciente. Pasados unos minutos, el educador posó su atención sobre mí y pude, al fin, preguntar: “Profesor ¿Ud. tiene otra comisión ahora, no?”.
Me responde muy colgadamente: “Sí. ¿Sabés en qué aula es?”.
Sin dejar de sorprenderme: “No, ni idea. Pensé que ud. iba a saber”.
Mientras nos íbamos a fijar el número de aula a las planillas le comenté acerca de los percances que tuve para llegar a clase. Al Prof. Varela se le dió por preguntar: “¿Hoy es miércoles?”.
Yo pensaba: “¡no puede ser, es más colgado que yo!”. Le digo: “Sí, hoy es miércoles. ¿Por?”.
Su devolución fue fatal: “No… por lo que me contabas de las piedras, por ahí, digo, como los miércoles hay partido…”.

Llegué al aula, me senté y mi sonrisa mental se agigantó entre alivio y estrés.

La clase fue fenomenal como siempre. Varela contaba cómo post la caída del muro de Berlín ganó la pulseada el sistema capitalista cooptando la rebeldía setentista a su maquinaria marketinera, vaciando de sentido su aspecto conflictivo. Él decía al respecto: “Se quedaron con todo, se quedaron con el sistema y se quedaron con el circo. Ahora vas a comprar pañales para tu bebé y de fondo escuchas Satisfaction. Te vas a comprar unos jean Levi’s y vienen con flores hippies, con la psicodelia, con todo el circo”.

Un grande, lástima que los mismos gags había utilizado en una clase anterior, en Mi verdadera comisión. Me reí de todos modos por segunda vez, pero me pregunté si esa manera que yo pensaba era espontánea y brillante, en realidad, no era más que un sketch ensayado hasta el hartazgo a fuerza de horas-clase.

De cualquier forma, ya no importaba. Mi sonrisa alicaída se mostró resistente a cualquier percance. El sistema lo había copado todo y, en su peor cara tercermundista, se había manifestado hoy, frente a mí, con toda su pobreza. A pesar de ello, yo me sentí feliz de poder, en un ínfimo acto de rebeldía, volver a casa cantando Satisfaction :)

5 comentarios:

  1. jajaja, Sol, voy con una humilde opinion y recordando lo que hable en el dia de hoy.. dicen que un mismo tema se va ampliando desde la tesis hasta la maestria, y pasa por el doctorado con unas paginas mas... no debe ser facil ser original por eso se repetira.. Varela con su sketch ensayado, es como la de un diseñador grafico en la ciencia social... pero que dia tremendooo!!!!!!! Lau.

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  2. Lau: Varela es filósofo y músico, por lo que debe vivir volando en la estratosfera (digo yo).
    Gracias Lau por el comment:el día fue tremendo!

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  3. muy gracioso sole..me mato la sonrisa mental jaja.. igual sigue ganando el de la noche tete, besos
    CH

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  4. De Satisfaction a Satisfaction...;)
    Me gustó esto, te sigo.
    Gracias por pasarte, más ahora que estoy condenado...
    Un beso

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  5. Jajaja, Jimmy!!! Gracias por pasar!!!

    Sí, de Satisfaction a Satisfaction, linda canción para sentirse vivo y un poco rebelde.

    Estar condenado, después de todo, no luce nada mal ;) Como dicen Los Redondos "el infierno está encantador".
    Besos.

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