viernes, 17 de abril de 2009

Talk Show en la Facultad

Hoy jueves tuve clase de Seminario de Diseño Gráfico en la Facultad de Ciencias Sociales. El práctico lo daba Pompei, un profesor treintañero, que habla raro, se viste “casual” (hoy, por ejemplo, vino con una camisa colorada, jean y morral verde militar -infaltable en Sociales- colgado al hombro), en su discurso suele irse “por las ramas” y no termina de quedar claro qué tan “chapa” está. *

Llegó unos treinta minutos tarde, terminó de fumar su cigarrillo y entró al aula. A pesar de haber paro docente (al igual que ayer y mañana) muchos alumnos lo estábamos esperando, ya que había dejado bien claro en su primera charla que no se adheriría a estos reclamos.

Empezó su presentación hablando sobre un colega que le había mostrado un espacio en Internet donde se hacía referencia a él como un libertino y “drogón”. Esto me causó muchísima gracia hasta que comencé a advertir que sus gestos nerviosos no eran del todo normales. Sentado detrás de una mesa, que hace de escritorio en la UBA, su pierna izquierda se movía irritantemente, al tiempo que su cara hacía unos gestos descuajados a lo Jim Carrey en la película La Máscara.

De golpe, sin entender mucho a qué venía, comenzó a vociferar: “porque yo también tengo una familia: tengo una madre, una abuela, un gato; y estuve leyendo que dicen por ahí que organizo orgías en Palermo”. (¡¿?!) Y enseguida aclaró indignado: “en todo caso las organizaría en el barrio de Congreso que es por dónde vivo”. Parecía que al pícaro divulgador no le había alcanzado con hacer de nuestro profesor una caricatura del Marqués de Sade, sino que, además, lo quiso transformar en un Bob Marley cualquiera: “también dicen que fumo marihuana, ¡que voy a fumar yo esa droga de hippie sucio y que encima es fea, horrenda!”. Creo que en toda el aula se podían escuchar unos grillos haciendo al unísono: “cri-cri, cri-cri, cri-cri”.

Abruptamente más tranquilo, como si le hubiesen inyectado una dosis múltiple de Rivotril, nos explica: “se los cuento yo antes de que lo terminen leyendo por ahí. Si hay algo que no tolero es la falta de respeto”. Era como estar contemplando a un niño enojado e inseguro al que había que tratar de sacar de su paranoia y sus pensamientos circulares.

En fin, pasaríamos con él todo un cuatrimestre así que más valía que nos fuéramos acostumbrando.

Después de todo este interludio, el auditorio no hacía más que mirarse a los ojos a ver si coincidía en un guiño cómplice al pensar: “¡por Dios, qué loco está este tipo!”. Habíamos entrado a la clase creyendo que nos íbamos a encontrar con temáticas filosóficas y sin embargo, nos topamos con un “personaje” que no hacía más que ponernos al tanto de algo que todos desconocíamos, que no nos interesaba, pero que, a mi ver, concluyó siendo mucho más divertido que escuchar acerca de Kant.

Luego, nuestro hallazgo “Jim Carriano”, hizo un repaso estadístico que nadie supo bien a qué venía (como cada frase que salía de su boca): “sabían que en Argentina murieron más personas por accidentes automovilísticos en un año que gente en la guerra de Irak”. Y sin poder olvidar que fue preso de una calumnia estudiantil acotó: “ya veo que ahora aparece un titular diciendo: Pompei está a favor de la guerra”.

Entonces, comenzó a hablar de cierta "hostilidad expectante" por parte del alumnado. No se le entendió muy bien esa parte, pero creo que hablaba de una mala vibra, de todo lo que nosotros esperábamos de él y de cómo el sentía que se tenía que hacer cargo de esas exigencias. Se le transformó la cara, se puso agresivo y enseguida increpó: “¡sepan que no soy su esclava, ni la puta que armaron en Internet!”.

Yo pensaba: “¡¿WHAT?!”. Me reía internamente porque el espectáculo que tenía frente a mí no tenía desperdicio: el hombre estaba loco.

Pronto, retomó el hilo de la charla (a decir verdad, jamás existió tal hilo conductor) y comentó que alguien dijo alguna vez que el pueblo no sólo tiene el gobernante que se merece, sino también el que se le parece. De lo que dedujo que Menem sería algo así como un hijo prodigo que brotó de nuestras entrañas. Si bien la ironía logró hacerme sonreír, no podía dejar de escuchar unos “cri-cri, cri-cri” de fondo que hacían de la acústica, ya maltrecha por los ruidos que penetraban al aula desde los transitados pasillos del edificio, algo imposible.

Pompei continuó “saltando” de tema en tema con una agilidad suprema. Entonces comenzó a explicar porqué no se adhería a los paros: “cortar la calle Ramos Mejía no tiene ningún sentido: si no pasa ni un puto auto! A lo sumo podrá pasar una ambulancia y no quedaría otra que hacerle lugar”. Se ve que en su ejercicio de “asociación libre” esa idea lo llevó a ésta otra: “esto deja claro qué es un problema para la sociedad y qué no: el conflicto del campo es un problema; en Agüero y Santa Fe, salen mujeres que nunca le vieron la teta a una vaca a tocar la cacerola, mientras el paro en la facultad no logró ni un comentario lacrimógeno de María Laura Santillán”.

Todo este trayecto de su discurso me resultó interesante por que coincidía totalmente. Lástima que al rato volvió (o se fue, quién sabe) a mirar la nada, a hacer un silencio largo y empezó a hablar de lo mutable de la vida, de lo cíclico y lo lineal (en fin, no recuerdo bien, en esa parte me perdí) y, de pronto, puso una de sus caras “marca Jim Carrey”: subió las cejas, armó una sonrisa “guasónica”, y con un tono que me sacó del letargo, exclamó: “¡yo quiero que vuelva el Che Guevara!”. Súbitamente, escuché unos “CRI CRI” que me dejaron sorda. El profesor continuaba en su delirio: “¿se imaginan si el Che Guevara entrara ahora por esa puerta? ¿Qué pasaría, eh? ¿Qué pasaría?” Y él solito nos contó qué pasaría en tal caso sumamente improbable: “Primero: nos cagaríamos hasta las patas; y segundo: entraría a los palazos a hacernos levantar de nuestras sillas”. Sin palabras.

Una compañera comenzó a impacientarse, miraba su reloj, se movía de un lado a otro en su silla, daba la sensación de estar observando los momentos culminantes en que una olla a presión comienza a silbar. En algún punto yo la comprendía: la materia es compleja y pasados los cuarenta y cinco minutos de clase el ¿profesor? no había comenzado a dar ni un solo contenido del programa obligatorio.

La veía desesperarse, hacer gestos, exclamar algunas onomatopeyas: “puff”, “grr”; hasta que finalmente no se aguantó y levantó la mano. Pompei la miró y le dijo: “ahora no, cuando yo termine de hablar”. A lo que ella contestó con un “UFFF”, mucho más audible que todos los grillos juntos que me estaban haciendo ruido en la cabeza. El profesor con mirada intensa frenó su relato y entró a patotearla: “bueno, dale, habla, qué querías decir”. Ella no hablaba, lo que hablaba era su desesperación: “nada, que estás haciendo un monologo hace cuarenta y cinco minutos y estaría bueno que tengas más relación con los alumnos, que haya un feedback”.

Él se puso en “tipo duro” y le contestó que la clase la dá él, como a él le parece, que ella no le podía decir cómo él tenía que dar la clase, que la orden de la oratoria la tenía él y que ella debía esperar a que él terminase de hablar para hacer su descargo, bla, bla, bla. En fin, comenzó un talk show donde se debatían “quién la tenía más grande”.

Sobre el final, él le pidió que se cambiase de comisión, a lo que ella respondió con un seco y rotundo: “NO”. Pompei, persona cuya obsesión por el “qué dirán” había sido categóricamente demostrada, se encontró en una encrucijada: todo su alumnado estaba atento (no le había quedado otra) a la discusión, por lo que en su lucha por demostrar cuan “pijudo” es, concluyó: “chicos, acá se terminó la clase”. Y se puso a mirar el horizonte.

“¡Mierda!” Pensé yo. “¡Me vine al pedo!”. Ni hablar las puteadas silenciosas que habrían realizado los chicos que se vinieron hasta el barrio de Caballito desde Tigre, Lomas de Zamora o cualquier otro punto geográfico del Gran Buenos Aires. Yo, mal que mal, estaba a un subte y un colectivo de casa, en un barrio vecino. Igual por solidaridad a mis compañeros pronuncié: “Amén”.

El profesor despotricó toda la clase acerca de cómo le habían afectado unos comentarios calumniadores acerca de su persona, por lo que dudé varias veces en hacer mi humilde mini crónica. No sabía cómo se la podría llegar a tomar en caso de que, en algún momento, algún colega le hiciera el “favor” de hacérsela llegar. Supongo que mal. Aunque, bien podría aceptarla como un elogio: al fin y al cabo, el profe tiene que admitir que su clase es digna de ser publicada ;)




*A modo de ejemplificar mejor: Si alguien vio, alguna vez, el programa de TV Televisión Registrada, entenderá si digo que: Prince + Cantinflas + Jim Carrey = Pompei.

2 comentarios:

  1. Que buena aneeecdotaaa!, me intrigan los examenes como habran sido jajajaj... pobre profe ya estaria quemado con los cuentos de sus pares.
    Me gusto mucho.
    Lau.

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  2. Los parciales bien!! No es garca para corregir :)
    Si, pobre él y pobre nosotros :(
    Besote, Lau!!

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