sábado, 30 de mayo de 2009

"Hablar bien no cuesta un carajo y reporta un beneficio de la gran puta"


Las llamadas "malas palabras" (si es que éstas existen) suelen ser censuradas en la literatura y en los medios de comunicación en general.

Existen quienes piensan que se puede tener una perfecta escritura y reflejar mediante el arte de las letras las mismas sensaciones de angustia, ira e insatisfacción, sin necesidad de recurrir a las "malas palabras"; ya que éstas degeneran nuestro idioma, lo hacen más berreta, lo bastardean.

Sin embargo, yo soy de las que piensan que una puteada dicha en el momento oportuno cobra una fuerza, un vigor y una idea de realidad única e inigualable. No hay sinónimo tal que dé cuenta de situaciones de bronca extrema, sorpresa y desencanto
que el de un insulto bien propinado (como cuando nos agarramos un dedo con la puerta, o cuando nos enteramos que ese hijo de re mil puta nos cagó con otra). No hay manera más pasional y humana de dejar salir nuestros demonios que exorcisándonos con una catarata continúa de groserías bien enunciadas.

Así como creo que son necesarias las "malas palabras" siempre que la situación lo amerite, creo que la utilización de éstas sin ningún tipo de tapujo genera un vocabulario pobre y conlleva a una lectura poco interesante. Las "palabrotas" pierden su fuerza expresiva cuando sólo son utilizadas para ocultar un vocabulario mediocre.


En el 2005, a raíz de un proyecto de ley en EEUU, se quería regular el uso de las malas palabras en los medios de comunicación a través de multas por decir obscenidades al aire. Este hecho generó un fuerte debate. Al respecto, muchos lingüistas y psicólogos sostuvieron que los insultos liberan tensiones y reemplazan la fuerza física. Asimismo, manifestaron que las malas palabras son comunes a todas las culturas y forman parte de todos los dialectos desde tiempos remotos. Maldecir -aseguran- es algo universal en la humanidad. (Más en
este artículo de Clarín).

Por otro lado, en una entrevista a Raúl Castagnino, Presidente de la Academia Argentina de Letras, se le preguntó si se encontraba a favor del uso de las malas palabras en la literatura: "Están en los libros clásicos ¿Cómo me van a molestar?". Y sostiene que el abuso de ellas en situaciones innecesarias es lo que realmente molesta. (Leer más aquí: http://palabrasmalas.blogspot.com/2007_08_01_archive.html).

Y para culminar, el broche de oro a este popurrí de alegatos lo puso el testimonio del negro Fontanarrosa en el III Congreso Internacional de la Lengua Española, al manifestar lo irreemplazable de la palabra
mierda. El negro decía en tono jocoso que "el secreto está en la `r´ fuerte". Haciendo largar más de una carcajada en la audiencia, Fontanarrosa se preguntó: “¿Por qué son malas las palabras? ¿Les pegan a las otras? ¿Son malas porque son de mala calidad?”. (Leer más aquí y acá).

En fin, el debate se puede extender eternamente pero para mí ya está terminado: me quedo con las puteadas sin lugar a dudas. Y al que piense distinto... va fangulo!!

Este videito español hace apología a la puteada. Lo más!

2 comentarios:

  1. soooleee!!!, muy informativo!, ay acababa de comentar lo mismo y se me desconecto!, ojala no me pase otra vez!, te decia que estaria bueno reemplazar palabras, malas palabras, por sonido inventados, por ejemplo, un -"la.. put.. maaad.." por "LACOIUIA!" que podria ser utilizado cuando te pinta un susto sorpresivo, arrebatado o... LA COUIUIA! con el dedo indice el alza.. como para alejar a alguien! jajajaj... o espantar!!

    Un besote!, muy bueno!
    Lau.

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  2. Noooo, Lau!! No hay que reemplazar a la puteada por ninguna otra palabra, se pierde el momento. Es como que a la frase de Alterio en medio de la montaña: "la PUTA que vale la pena estar vivo", se la cambie por "la PUCHA que vale...", queda feito, quita veracidad.
    No digo convertirnos en Enrique pinti, o ser una cloaca verbal, pero hay que putear cada tanto, cuando uno lo crea necesario y perderle el miedo a las "malas palabras".

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